Nosotras venimos de las cuevas,
de cuando nos encontrábamos
a oscuras las noches de nieve
y fuego
y nos cogíamos de la mano
y nos arrambábamos contra la roca.
Yo te recuerdo tibia y temblorosa
contra el centro de mi pecho,
con la saliva hirviente
humedeciendo el deseo.
Era la época de los viejos dioses,
de la Gran Diosa.
Era la época en que no existía el amor
solo el calor de los cuerpos
y la lealtad sin límites.
Era la época de la supervivencia,
no de la moral.
Eran los tiempos de los nombres
a la carrera y en gorgorito gutural,
de las hijas de todas,
de los gritos y el trance conjurando el Nuevo Amanecer
y de las ofrendas en carne viva.
Fue la época en que nos pintábamos la cara con sangre y cal
y nos inmortalizábamos en las paredes de las grutas,
espacios sagrados de nuestros templos.
Tú yegua, yo mamut,
y todavía hoy se preguntan
por nuestro misterio.
Anda, atiende a mi olor
que es nuestra llamada de los huertos.
Prepárate, amor, que rugen ya las fieras,
otra vez,
dentro, dentro, dentro...
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