Te quiero emocionar.
Para que te mojes,
para que mojándote
se ablanden tus resistencias
y te abras
y vengas desnuda de dolor antiguo
y regales tus lágrimas fe
y encontrándome en tu mi camino
en los balcones celestiales
se brinden a la sombra nuestros Ángeles de la guarda.
Los mismos que han hecho el laborioso trabajo
de indicarnos una y otra vez
una y otra vez
-cuando nos desviábamos del encuentro-
la dirección hacia la salida de este laberinto.
Y cuando enfrente te tenga:
– Voy.
Voy directa a penetrar tu pecho,
a rescatar tus besos redichos y tus jugos gastrosentimentales,
a sembrar de saliva tu garganta o tu vagina,
a recorrerte entera con la punta de mis galápagos
y el palpitar de mi sexo.
Voy a beberme tus penas
tus sinsabores
tu esfuerzo y tu lucha
tus residuos radioactivos de tanto activarte
en las madrugadas solitarias
sin luna que llevarse al ombligo.
Voy, voy, voy.
Voy a envolverte como una araña atrapa
el preciado espíritu de una nueva raza de saltamontes.
Y tú vas a desearme con el ímpetu
de la ola muriendo en la orilla
y la poesía del loco que viendo a Dios
lo esculpe con su palabra indomable.
Y ese día ya se acerca.
Lo anuncian desde lo alto
las trompetas del destino.
Será un plácido día de lluvia
entre marzo y junio de un año que ya recuerdo,
justo antes de que los cielos se rompan
y empiece el penúltimo diluvio universal.
Lista estoy para morir contigo.
Llevo toda la vida preparándome.
Para el principio, para lo del medio, para el final.
Siempre que se muere hay una oportunidad
de renacer.
Renazcamos juntas todas las veces, siempre, amor.
Morirme contigo en la carne
o en el lenguaje de la ternura
que enhebra el hilo de las miradas
encendidas desde el alma.
Morirme contigo en la fatiga
de cualquier aurora.
Morirme contigo
y matarme de ti hasta la médula.
Por eso, ir.
Por eso, voy.
Estación amor,
vamos llegando.
Barcelona, viernes 8 de marzo de 2024.
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