Tus
tintes de pelo cada vez son más claros. Es cuestión de tiempo ser
rubia: lo sabes y te gusta.
Los
niños y las niñas te llaman señora y sus madres sonriéndote les
dicen, no molestes a la señora.
Tu
ropa interior es negra desde hace algunos años y de pronto has
empezado a incluir de nuevo el color.
Lloras
cuando te da la gana y no te importa que te vean.
Comienzas
el diario por Internacional y le encuentras todo el sentido del
mundo a las películas de la guerra civil española.
Los
boleros te aburren y bailas ópera descalza en las mañanas
calurosas de verano.
A
menudo te sientes mejor sola que acompañada.
Toleras lo cercano al corazón y te sacan de quicio las aberraciones,
sean del tamaño que sean.
Los
días de lluvia te germinan, el sol te parece que sale siempre por
Antequera y la luna te es propicia, crezca o se desvanezca.
Incluyes
pescado en las comidas y le has pillado el punto a las lentejas de
verduras.
Rebajas
el estrés con el aire acondicionado de los supermercados y te
alegras el día que recibes el cheque ahorro.
Pintas
la casa, te sientes orgullosa al contemplar el blanco de la pared y te
la suda triunfar de otro modo.
Sabes
que cuando anhelabas la fama y el reconocimiento en los libros de
texto fue para huir de los idiotas del cole que pensaban que por
jugar a juegos en los que se suda las chicas eran monstruos.
Adelgazas
la ironía para no ofender y caes en algunas trampas de la
trascendencia.
Has
descubierto al fin que el amor romántico no es la meta, ni el sexo
una condición especial de la técnica y que la felicidad conduce
por otra vereda.
Hay
días en los que aceptas que no puedes cambiar el mundo.
Te
duele en el alma que la actriz que encarnó a la Caponata muera.
Empiezas
a ser consciente de tu respiración y en breve vas a practicar
meditación.
No
esperas nada, caminas a ver qué pasa.
Te levantas en el cine antes de que acaben los títulos de crédito aunque te
sigue fastidiando que en la tele los corten.
Hablas
sola y no entra en tus planes hablar con Dios un día.
Piensas
en adoptar niñas, niños, pero no todavía.
Lees libros de ensayo y libros sagrados de todas las culturas que
caen en tus manos.
Cada
día valoras más la etimología y cómo construye las frases la
gente.
La
regla es uno de los mejores inventos de la naturaleza, deseas que el cosmos
de tu genética te la conserve muchos años.
Sabes
que en los pequeños gestos y en el silencio anida la grandeza de la persona.
Intuyes
que la mayor grandeza es saber desaparecer a tiempo.
Tu
risa cada día es más escandalosa y placentera.
Es
tan corto el ahora y has perdido tanto tiempo en el ayer y en el
mañana, que ya no quieres saber nada ni de melancólicos ni de
videntes.
Sientes
que estás preparada. ¿Para qué? No lo sabes y qué.
Te
sobran todos los adverbios, la mayoría de adjetivos, gran parte de
las conjunciones adversativas -las negativas- y sobre todo las
conjunciones causales porque porque porque porque...
En
tu escala de valores gana puestos la sensatez y la locura solo
emerge en contadísimas ocasiones, la última vez que se manifestó
fue el día del fin del mundo.
Ya
no quieres saberlo todo. De hecho, hay tantos días en que no
quieres saber nada que amanecer es el mayor milagro.
Sabes
que solo has despertado a ratos, a ratitos.
La
gente depresiva ya no te parece misteriosa.
Los
quejicas te ponen a parir y los mentirosos te hacen gracia si no te afectan.
Menos
es más y lento es rápido, aunque no lo parezca.
Ser,
representar y parecer no son lo mismo y ya no te engañan.
A
veces te quedas en silencio y te encanta que no pase
nada.
Sabes
que tienes tanto que agradecer y a tanta gente que confías que se
den por aludid@s en este paraverso.
Saboreas
las miradas de verdad y sabes que tu mayor tesoro es el album en el
que albergas 'las mejores miradas que le han dedicado a Laura'.
Soportas
mucho peor la hipocresía y celebras la autenticidad y la
espontaneidad.
Amas
sin ton ni son a los niños, a las niñas, a las abuelas y a los abuelos y
sabes que las tuyas velan por ti allá en lo alto.
Cumplir
años es una de las mayores alegrías del calendario, después de
comprobar que sigues jugando al baloncesto mejor que cuando tenías
quince años.
Algunas diferencias las arreglarías a hostias y luego compartirías cerveza, sin acritud.
Crees
con mayor fuerza, si cabe, en el poder del perdón, en el poder de
la verdad y en el poder de la reconciliación aunque no te engañas:
el mundo sería un lugar más sano sin algunos infectos seres
humanos.
Oras
en cada poema por la redención de tu alma para que cuando tú no
seas tú, quien la herede sepa que la cuidé.
Distingues
entre sinceridad y honestidad, y puestas a escoger, te quedas con la
primera.
Sabes
que no eres la mejor persona del mundo aunque siempre andes
intentándolo por no se sabe qué estúpidas razones y creencias,
pero tampoco eres la peor aunque no te avergüence reconocer tus
miserias, que mira que son feas cuando asoman.
Benditos
sean los momentos frívolos que nos relajan de la insoportable
intensidad del trascender.
El
tiempo es el rey y la generosidad la reina, aunque no siempre se
avengan.
Eres fan de la ligereza y la liviandad.
La
belleza procede del horror y da paz, es curioso.
Los
conflictos en la ficción, lejos.
Mejor
conservar la tierra que la revolución.
Qué
pocas cosas son importantes en dónde vives, pero anda que no eres capaz de cualquier cosa por ellas.
(To be continued)
BSO, Sinfonías BWV 787/790 de Johan Sebastian Bach, por Glenn Gould
Foto de Gertrudis Losada
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